Te imagino aquella tarde, bajo el sol de Nazaret, trabajando en tus labores y con la luz en tu tez, sin imaginar siquiera, que en ti por tu sencillez, se fijó nuestro Señor y Madre te quiso hacer.
Te imagino allí sentada, con toda la placidez, en la habitación pequeña y luminosa a la vez, te asustó solo un momento, la entrada de San Gabriel,- no temas María- dijo, y ya estabas a sus pies.
Ya tu corazón decía, haré lo que quiera Él, que profunda era tu alma a pesar de tu niñez, no preguntaste siquiera, ni un como, ni un por qué, solamente le dijiste,- aquí estoy, hágase-.
Te imagino algo aturdida, cuando el Arcángel se fue, pero llena de esperanza, de caridad y de fe. Cuanta grandeza María, escondida en tu niñez, no te sentías tú más que cualquier otra mujer, solo sentías la paz que ya brotaba en tu ser.
No te quedaste escondida y callada en Nazaret, saliste en pos de tu prima, de tu querida Isabel.
Te imagino en el viaje, sin quejarte ni una vez, sonriendo dulcemente sin pregonar ni esconder, iluminando el paisaje con tu halo de mujer, que lleva dentro un tesoro que solo se puede ver, con la dulzura del alma, y los ojos de la fe.
Imagino aquel encuentro, tierno y alegre a la vez, cuanta paz dime María, allí junto a Isabel, como brillaban tus ojos en aquel atardecer, la dulzura en vuestros rostros, la fortaleza en los pies, y escondido en vuestros vientres, y exultantes a la vez, el vocero del desierto y todo el Dios de Israel. ¿Como fue dime María, el encuentro con José?, tan serena y sonriente a la vez, que aturdido debió estar aquel carpintero fiel, pero ante el sagrario que eras, sin hablar le hiciste ver.
Te imagino tan serena, caminando hacia Belén, con la sonrisa en el rostro, sin preguntar ni entender, de que forma donde y cuando, el niño iba a nacer.
Te imagino tan serena, bajo aquel manto de estrellas con el frío en los pies, caminando sin descanso, llamando una y otra vez, buscando lugar propicio donde él pudiera nacer.
Estoy segura María, que no dudaste una vez, que el Padre te cuidaría aunque no lo pudieras ver, que fe tan grande maría a pesar de tu niñez.
En un establo nació, la salvación de Israel, sin hacer nada de ruido en la ciudad de Belén, no quiso acogerlo nadie, y nadie le vio nacer, allí quedasteis los dos y el humilde de José, acompañados de estrellas y de una mula y un buey.
Te imagino tan serena atendiendo a tu bebé, sin cuestionar ni dudar, y entregándonos a Él, al hijo de tus entrañas, al ser que te dio tu ser.
Cuanta paz dime María, se respiraba en Belén en aquella oscura noche que quiso la Luz nacer.
Y te imagino serena, escondida en Nazaret, cuidando de tu familia y viendo el niño crecer, guardando en tu corazón cada momento con Él.
Cuanta alegría en tu casa debió haber, cuanta paz dime María con tan solo obedecer, buscando agradar a Dios y olvidándote de ser.
Cuanto temor sentirías, tú que vivías por Él, cuando el niño no volvía camino de Nazaret.
Tres días estuvo perdido preludio de aquellos tres, en que al haberno bajó, para salvara Israel
Oh María tu también, le perdiste sin querer, enséñanos a buscarle, hasta encontrarnos con Él, que el descanso no nos llegue, si estamos lejos de Él.
Lo encontrasteis en el Templo, allí en Jerusalén, hablando con los doctores sobre la ley de Moisés,
-preocupados nos tenias, y tuvimos que volver-,- no sabíais que yo debo, a mi Padre obedecer-.
Y guardaste sus palabras, en el fondo de tu ser, ¿ como fue dime María vivir con Él y por Él ?.
Te imagino algo aturdida, cuando tu hijo se fue, tu alma estaba apenada por la muerte de José, el hombre que amaste en vida sin perder tu doncellez.
Y allí quedaste María sin preguntar ni entender, quedaste 40 días tú sola en Nazaret.
Y te imagino serena, a pesar de no saber, de que forma como y cuando se mostraría a Israel, la grandeza de tu Hijo, el Dios y Hombre a la vez.
Tú su dulce Madre, tú el ejemplo de mujer, tú le seguías los pasos a Jerusalén.
Y te imagino serena, sin preguntar ni entender, y sin embargo sabiendo en lo profundo de tu ser, que estaba cerca muy cerca la salvación de Israel,
Estoy segura María, que tu alma intuiría, que tu hijo sufriría y que al final moriría.
Y te imagino serena, rezando siempre tras Él.
Alguien te dijo una noche, allá en Jerusalén, que por orden de Pilatos soldados fueron tras Él ,que Judas lo traicionó y Pedro se fue también, y aun con el alma partida, no dudaste ni una vez, saliste en pos de tu Hijo del ser que te dio tu ser,
Y quedaste dolorida, al ver que manos y pies, atados ya los tenia el Dios y Hombre a la vez.
Allí quedaste esa noche, sin preguntar ni entender, junto a tu Dios y a tu Hijo unidos ya por la fe. ¿Como fue dime María, el despertar de aquel día, en el que tu Hijo sufría y tu corazón se abría?.
Y te imagino serena en el fondo de tu ser, aunque tu pecho se abría para acogernos en el.
Tu hijo fue flagelado, y tu sufriste con Él, escuchaste la condena que debía padecer, y ¡se desgarro tu alma!, de virgen madre y mujer.
Y viste abrazar la cruz al ser que te dio tu ser, haciendo nuevas las cosas, para poder renacer.
Entre las gentes estabas tras las huellas de sus pies, mirando sus dulces ojos que solo podían ver, el amor que hay en las almas que le hacen padecer.
Y te imagino serena a pesar de que en tu ser, tu alma estaba ya abierta para unirte mas a Él.
Allí estabas tú su madre, movida por el querer, acompañando a Su Hijo que así sabe obedecer.
En una cruz lo elevaron y a dos ladrones con Él, la tarde se oscurecía y tu seguías con Él.
Y te imagino María, adorándole los pies, en aquel justo momento en que sentiste su piel, como reguero de sangre que daba vida a la vez.
A pesar de tu dolor te sostenía la fe, y mientras su vida se iba, a ti se te iba también, diciendo en tu corazón,¡ aquí estoy, hágase!.
Allí a los pies de la cruz, solo pudiste ofrecer, el corazón que ya estaba abierto, para querer a tantos y tantos hijos, que llegaríamos después.
Allí su voz escuchaste,- he ahí a tu hijo-,- tengo sed-, tu alma llena de gracia, lo supo todo entender.
Y te imagino serena, en el fondo de tu ser, a pesar de estar abierta para acogernos en Él.
Te imagino tan serena, y sosteniendo a la vez, a todos los que buscaban algún consuelo después. Nunca dudaste María, que le volverías a ver.
Imagino aquel momento, en que sentiste su ser, el hijo de tus entrañas, el ser que te dio tu ser, vestido ya con la gloria del que sabe obedecer, se presenta ante su madre como el buen hijo que es, para ser también en esto, el primero en serte fiel.
Y sin palabras baldías, y sin tocarle la tez, con miraros a los ojos os pudisteis entender, una sonrisa en los labios y pudiste comprender, que el dolor y el sufrimiento que le viste padecer, y que tu misma llevaste muy dentro en tu propia piel, ya era el triunfo del amor de todo un Dios de Israel.
Supiste solo con verle, que podían florecer, los corazones dormidos, las almas llenas de sed.
Que el cielo ya estaba abierto, para acogernos en el.
Allí frente a ti, estaba otro nuevo amanecer, así quedaste aun mas llena, de esperanza amor y fe.
Hasta que llego el momento de humildemente ascender, y encontrarte para siempre, con nuestro Padre y con Él.
Cuanto admiramos María, tu dulzura y sencillez ,tu caridad y tu fe, tu entrega en el hágase.
Y ahora que estas en el cielo y eres reina de la fe, intercede por nosotros y llévanos hasta Él. Amen
Autora: Esther Arias, poetisa y colaboradora de Radio María